Desde el jazmín



     Nostálgico, en una tarde de domingo, acompañado de las singularidades de mi espacio, intento servirme de mi para escribirles en modo ensayo, desde el jazmín. Flor que por mucho tiempo ha aromatizado mi espacio de vida. No me interesa entrar en detalles y especificidades de su especie científicamente tratadas. Solo quiero hacer un ejercicio escritural que permita desvelarme a partir de la cualidades de la referida planta.


     De platón aprendimos la importancia de la educación como forma del cultivo personal, que este no va referido a títulos académicos, no; se trata de acciones cotidianas, tal como nos la definió Hannah Arendt, que dejen enseñanza a tu entorno, que ayuden a transformar, prácticas de virtudes como la justicia, la moderación, la sabiduría, el buen discernimiento, dicho socráticamente: el cultivo de sí mismo. Esas son aguas con las que vas rociando tu pedacito de tierra. Desde ese metro cuadrado tu derredor sabe de ti, puesto que, con cada riego aromatizas la vida de alguien. Así se planta el jazmín ante el mundo. En palabras de Montejo: esa es su terredad.

     El jazmín aromatiza en cuantiosa floración, la sola flor no alcanza a muchas narices, de ahí que la planta floree prolificamente, blaqueciendo su verde, aunque para ello se requiere de una poda de sus ramas esparcidas por el suelo y otros arbustos cercanos. Los aromas no serán expresiones verbales, mas como lo secretan. El enigma del humano ser se resuelve en su propia naturaleza: conócela y lo conocerás. En esto que pergeño, no exhorto a contemplarla, como nos enseñaron los griegos y luego los románticos, sino a dejar de buscarte en otra parte; ella tiene su esfinge que nos habla.

     ¿Qué tendrá que ver el jazmín con mi existencia? ¿Cómo es que, a partir de mí, puedan conocerse los atributos de este arbusto y su flor? No quisiera en este experimento ensayístico que me suceda eso que Maurice Blanchot le recomienda a todo escritor: "al cometer la irresponsabilidad de no corresponder a una verdad, estás obligado, entonces, de responder por esa irresponsabilidad". Espero que no haga falta.

     Nadie enciende una lámpara para esconderla, leemos en uno de los Evangelios. Una vida sana, en estos tiempos, higieniza, y se siente su sanidad en la mirada limpia que nos dan. -Te ves bien-, suelen decirnos cuando estás casi en modo de transfiguración espiritual. Igual sucede con las plantas. Cada arbusto sembrado en este "pañuelo de Whitman", debe justificarse en su verdor estético y en la floración que su tiempo le permita. En mi metro cuadrado de verde y ocre, son los jazmines que mayoritariamente lo ocupan, tanto en frontispicio como patio de mi casa. Su omnipresencia en mis espacios, dice de mi en tanto que, en cada milímetro de la estructura física de mi casa, estoy; nada de lo que suceda en su interior es ajeno a mi, no yo extraño a ella. Sus ramas invasivas no pierden oportunidad de montarse en otras plantas, subir al limonero, bordearlo, si lo dejan se le impone y lo rebasa. Lámpara verde en mi pequeño gimnasio.

     La planta es intranquila, atrabiliaria, de ramas que fácilmente no quiebran, requiera de poda con mucha frecuencia. Cuentan una historia de Jazmín Princesa, que miraba en algún jardín de un lejano reino. Guardo las formas y las proporciones de la ficción para decirles que estos jazmines míos no tendrán princesa o a Dominique Sanda, haciendo el papel de Micól en "El Jardín de los Finzi Contini", pero tienen a su señora, compañera de estos jardines míos.

     Las formas del arbusto sin podar son como mis laberintos espirituales. Me veo en la liviandad de mi ser, colgado entre sus hojas alternas y trifoliadas; minúsculo ser 
 meciéndose en uno de sus tantos peciolos. Es mi tarde de domingo.


Yonny Galindo
marzo 2025

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